Fue Martin Luther King, quien dijo
algo así como; si ves que le están pegando a alguien, no te preguntes qué me
puede pasar a mí si me meto, sino que podría pasarle al que le están pegando si
no intervienes.
La teoría está muy clara, ¿no?
¡está clarísima! Otra cosa es la práctica, lo sabemos todos, y a veces cuando
no intervenimos en algo, por miedo o por lo que sea, esa sensación, ese
recuerdo nos acompaña de por vida.
Voy a resumir un artículo que la
escritora Laura Ferrero que publicó en el diario El País el pasado lunes, donde
decía:
Tenía nombre de flor y acababa de
cumplir 13 años cuando llegó al colegio, cuando fue apodada la
"nueva" con sus hoyuelos y sus ojos de color aguamarina. Corría el
año 1997 y en ese año no conocíamos la etimología de la palabra secreto, que en
aquel momento no se resistía de tintes dramáticos, sino que aludía a cualquier
banalidad que si habías copiado en un examen o que te gustaba el mismo chico
que a tu amiga.
Pero ella, que con las semanas ya
había dejado de ser la nueva, nunca participaba de esas conversaciones de
madrugada repletas de chismes y de cándidas confesiones. Solo lo hizo en una
ocasión en que azuzada por mi insistencia y a pesar de su vergüenza, porque esa
fue la palabra que utilizó, me contó su secreto, su tío, en la bodega del
restaurante donde trabajaba, le obligaba a hacer cosas, cosas que yo no quiero
hacer, matizó.
Me encantaría poder contar aquí
como la ayudé aquella noche de 1997, pero no fue así. No hice nada, terminó el
curso y nos cambiaron de clase y pasaron 27 años y nunca he vuelto a saber de
ella.
A menudo regreso a una frase de
Michael Herr en despachos de guerra, que dice, somos responsables de lo que
vemos, creo que, de lo que verdaderamente somos responsables, es de lo que no
queremos ver. Nos gustaría que determinadas realidades no existieran, pero
ponerlas aparte, encerrarlas bajo el tabú y mirar para otro lado, solo nos
condena a la oscuridad de seguir repitiéndolas.